Nueva geografía de los géneros. (Por Annette Meyhöfer)
Subió a Conferencia el 11 de febrero del 2005.
Fuente:
Creatividad Feminista
http://www.creatividadfeminista.org/articulos/sex_2003_generos.htm
En ciertas
noches, quizá en uno de esos oscuros bares que se encuentran a las orillas de
las antiguas zonas rojas –ahora convertidas en parques multisexuales
de diversión–, aún se puede observar algo insólito: un encuentro entre un
hombre que gusta exclusivamente de las mujeres o una mujer que quiere a un
hombre y nada más. Son seres anticuados, una especie en extinción, que en otros
tiempos se llamaban heterosexuales o straights. Hoy
se les dice monosexuales o portadores de cromosomas
XX y XY, pues ya no es fácil distinguir entre hombres y mujeres. Newsweek y MTV proclaman que la bisexualidad es el estilo
de los noventa. Todo se vale. O dicho de otra manera: just
grab it. Cuando apenas se
había impuesto el lesbian chic y habíamos aprendido a
hablar el nuevo lenguaje del amor, el de las butchs
(lesbianas "masculinas"), las femmes
(lesbianas "femeninas"), las dykes
(lesbianas vamp), las lesbianas lipstick
(imitadoras de Madonna) y las vanillas (lesbianas "fresas"), la moda
ya caducó. Lo nuevo es lo andrógino. Adiós al bilé o,
según la preferencia, bienvenido el bilé. Si todavía
te queda alguna duda, no olvides que aquella despampanante vamp
de melena larga y rizada con zapatos de tacón puede ser un hombre, y ese tipo
con botas, rasurado como GI (militar) y con bigotes, una mujer.
Como de
costumbre, las estrellas de la música pop se encuentran al frente del
movimiento: Courtney Love,
el vocalista de REM y la modelo Rachel Williams –para no hablar de Madonna o Sandra Bernhard–. Brett Anderson, del grupo Suede, se
describe a sí mismo como "virgen bisexual" porque aún no ha probado
las relaciones homosexuales. El editor de la revista Rolling
Stone, Jann Wenner, abandonó a su mujer por un hombre. Y el año pasado,
la Casandra de moda, Julie Burchill, dejó plantado a su marido, el escritor Cosmo Landesmann, por una sílfide
de Modern Review. Para los
escépticos la bisexualidad no es más que una moda o el perfume CKOne de Calvin Klein –sustancia cristalina ideada para neutralizar el
aroma de la piel tanto de hombres como de mujeres–. Otros diseñadores llevan
tiempo flirteando con esta reforma de la moda. Las faldas para hombres y los
uniformes stretch de Gaultier
son cosa del pasado. Para modelar las colecciones de damas la revista Vogue Uomo empleó varones; fueron
los mismos modelos que se prestaron para hacer la publicidad de Dolce & Gabbana en calidad de
mujeres. En años pasados, cuando los buenos modales todavía tenían razón de
ser, como en el caso de Thierry Mugler,
se recurría a travestis (cross-dressers
se les llama ahora) para desempeñar la tarea. L@s drag queens (hombres que imitan o
crean un personaje femenino) han abandonado los bares underground
y han llegado, incluso, a cambiar el corsette por los
Levi’s con tal de ingresar al mundo de la publicidad.
Ru Paul, la más conocida de
estas criaturas nocturnas, es la chica de los cosméticos MAC; además,
protagoniza los comerciales de Baileys Irish Cream. Hace poco, la casa
editorial de la empresa Walt Disney,
Hyperon, sacó a la venta su autobiografía Lettin’ it all
out.
La programación
familiar de la televisión se ha vuelto un territorio ocupado. Desde Roseanne hasta Melrose Place
ninguna telenovela puede prescindir de un cross-dresser
u otra criatura semejante. Con los éxitos de Paris is
burning, The crying game y Priscilla.
Queen of the desert la tentación de
representar esta ambigüedad también ha llegado a Hollywood.
En la
producción de Steven Spielberg To
Wong Foo. Thanks for everything. Julie Newmar (Reinas y reyes),
las damas interpretadas por Patrick Swayze y Wesley Snipes, ganadoras de un certamen de drag
queens, encallan en un pequeño pueblo, donde nunca
serán descubiertos por la inocencia de los provincianos. Ambos resultan tan
femeninos como Mel Gibson
en falda escocesa o Robin Williams
en el papel de Mrs. Doubtfire.
La extravagancia no tiene límite. Hollywood filmó su
propia versión de La jaula de las locas, la misma que Mike
Nichols montó en Broadway;
con seguridad se producirán otras obras por el estilo. Acaso Holly-wood ha terminado por
reconocer la falta absoluta de glamour de Meg Ryan y Julia Roberts.
En los clubes
londinenses, por el contrario, l@s drag queens pasaron de moda.
Después de haber visto una ya se han visto todas las Judy
Garland y las Mae West. En su lugar, se han puesto en boga l@s drag kings,
es decir, mujeres con bigotes que en algunos clubes sólo pagan la mitad de la
entrada. Incluso John Travolta
se ha sumado al trend. Para que su hijo de tres años
no crezca con los "estereotipos tradicionales" le pone faldas y
vestidos. Tal vez no debería olvidar que en su tiempo la madre de Ernest Hemingway también vistió a
su pequeño de mujercita.
Nada de esto es
nuevo, ni la liviandad de la moda ni sus prácticas eróticas. Basta recordar los
peinados a la garçon de las jóvenes descocadas de los
años veinte, el esmoquin de Marlene Dietrich, la moda
unisex de los años setenta, a David Bowie y el perfume Charlie. En
los años ochenta, cuando la moda volvió a acentuar las diferencias, algunas
revistas intentaron reinventar el tercer sexo –el andrógino–, del cual Platón
afirmaba que era el verdaderamente original. Hoy todas las figuras de aura
ambigua –Eleanor Roosevelt,
James Dean y Leonard Bernstein– han resurgido como el ideal a seguir. Quizá
alguien sea por fin capaz de apreciar los pasos precursores de J. Edgar Hoover, jefe del FBI, que se mostraba ocasionalmente en la
más estricta intimidad en ropa de mujer. De igual manera, los miembros del
exclusivo club Bohemian Grove
(al que sólo tienen acceso ricos y poderosos del sexo
masculino como Henry Kissinger, George
Bush, Ronald Reagan y, más recientemente, el ultraconservador
Newt Gingrich) se deleitan
con una que otra representación de cross-dressing.
Cuando un
psiquiatra preguntó a la escritora Edna St. Vincent Millay,
visitante esporádica del célebre conventillo de Dorothy
Parker en el Hotel Algonquin
de Nueva York, si sus constantes dolores de cabeza
tenían relación con el hecho de sentirse atraída por mujeres, ella contestó:
"Ah, ¿usted cree que soy homosexual? Claro que lo soy, pero también soy
heterosexual, ¿y eso qué tiene que ver con mis dolores de cabeza?" Woody Allen dijo alguna vez
(aunque la frase no es suya) que, al menos, "la bisexualidad duplica las
probabilidades de tener una cita el sábado por la noche". Sí, en efecto,
pero también aumenta el número de rivales. Y seguramente pronto aumentará el
número de manuales como Wenn Frauen
im Dreieck lieben (Las mujeres que aman en triángulo) o Seien Sie niemals
eifersüchtig auf seinen besten Freund
(Cómo no sentir celos del mejor amigo de su hombre ).
Los diseñadores
de moda no se resignan a que sólo la mitad de la humanidad se interese por un
género de ropa interior. Cierto, las estrellas de la música pop y del cine –los
arquetipos preferidos de los cross-dressers– han sido
tradicionalmente los profesionales de la imagen, pero lo que atrae al gran
público de los noventa es la polivalencia erótica que durante mucho tiempo fue
un placer privado (o no tanto) de unos cuantos y el oscuro deseo de much@s.
Marlene Dietrich
Newsweek ve nacer una nueva identidad sexual: la gran familia
de aquellos que se niegan a definirse sexualmente. En Estados Unidos, la
bisexualidad se ha convertido también en una problemática ideológica. Acaso
porque todos creen que tienen algo que decir al respecto, no hay tema sobre el
que se teorice y discuta con tanta vehemencia como la identidad sexual. En una
época en que los grandes antagonismos políticos, sociales y culturales parecen
haber pasado al olvido, y los que aún prevalecen están confinados al silencio,
la oposición entre los sexos es el único que da la impresión de haber
sobrevivido. Es obvio que este discurso desvíe la atención de muchos
intelectuales. No hay año en que no surja una nueva ola de publicaciones sobre gender studies y sexual politics, temas que en muchas universidades forman parte
integral de los programas de estudio. A la cabeza del desfile teórico se
encuentra Marjorie Garber,
profesora de Harvard y especialista en Shakespeare, con un extenso estudio sobre el cross-dressing. Los derechos de su obra más reciente, Vice versa. Bisexuality and the eroticism
of everyday life, un volumen de 600 páginas, fueron adquiridos por la
afamada casa editorial alemana Fischer Verlag. Junto a decanos como Platón, Freud
y la antropóloga Margaret Mead (que consideraba a la
"heterosexualidad múltiple" –léase: infidelidad– una perversión), se
cita ahora a Marjorie Garber
como el sustento teórico del tercer sexo. "La bisexualidad es", según
Garber, "el punto donde entran en crisis todas
nuestras interrogantes acerca del erotismo, la represión y las convenciones
sociales". Pero no nos engañemos, la bisexualidad es más frecuente de lo
que se supone. Es un hecho que no se manifiesta únicamente durante una
determinada etapa de la vida. Ante esta realidad, la autora se ve en problemas
de orden conceptual. "La bisexualidad", dice, es "una categoría
que en sí misma disuelve el concepto de categoría". Por lo menos puede
asegurar que corresponde a la "naturaleza del erotismo humano". A la
pregunta de por qué no todos son o se sienten bisexuales, Marjorie
Garber contesta con lugares comunes: "Represión,
religión, rechazo, negación, negligencia, timidez, ausencia de oportunidades,
definición sexual precoz, falta de imaginación o una vida determinada por experiencias
eróticas específicas con una sola persona".
La filósofa pop y
discípula de Madonna, Camille Paglia
–que se considera a sí misma una "drag queen feminista"–, opina que "las queens, al contrario de las feministas, saben que la mujer
es la fuerza dominante del universo". En su libro Vamps
& Tramps aventura una hipótesis de orden
teológico: la bisexualidad es la "mayor esperanza que tenemos de salvarnos
de las animosidades y falsas polarizaciones de la actual guerra entre los
sexos". Cuando se juega al mesianismo teórico y lo masculino y lo femenino
acaban siendo siempre lo mismo la confusión es inevitable. ¿No será que el
nuevo tiovivo de los papeles sexuales, que no es tan nuevo después de todo, se
reduce tan sólo a otra forma de placer?
En especial los
jóvenes, y en esto Garber tiene razón, se han
rebelado contra los convencionalismos y hoy se clasifican a sí mismos como
bisexuales más que como homosexuales o heterosexuales. Al preguntarle a una
adolescente si se definía como homosexual, heterosexual o bisexual, ella
respondió: "soy simplemente sexual". De hecho, mucho antes de que
genios publicitarios como Calvin Klein
lo descubrieran, el look unitario de jeans y playera
ajustada característico de los slackers (o generación
X) fue un movimiento contra el power-dressing de los años ochenta. Si no hay nada más por
conquistar y no podemos decidir nada, al menos queremos decidir cómo vivir:
"we are young, we are free, we are bi ".
La nueva androginia de los perdedores sociales, escribe un crítico
inglés con sarcasmo, se debe más a razones fiscales que físicas. Para los
indecisos, que todavía añoran los lugares comunes, Meryl
Cohn publicó recientemente Do what
I say. Ms. Behavior’s guide to gay & lesbian etiquette, un manual de buenos modales para futur@s lesbianas y gays. En sus
páginas se
Publicidad de Calvin Klein
hace un test: "¿Está
segura de que le importan las vidas privadas de Whitney
(Houston), Jodie (Foster) y
Olivia (New-ton-John)? ¿Dejó de rasurarse las piernas después de la
universidad? ¿Sabe quiénes son las examantes de
Martina Navratilova?..." Si las respuestas son
afirmativas, entonces usted está preparada para ser bi.
En realidad, fue
el movimiento gay el que impulsó a los bisexuales a salir del clóset, a pesar
de que durante mucho tiempo eran vist@s como marginad@s y "dobles agentes" dentro de sus
propias filas. Si la "liberación sexual" significa que uno puede dar
rienda suelta a sus inclinaciones, hoy se ha convertido, irónicamente, en un
imperativo social: el grupo ejerce una presión para "liberarse". En
los talkshows, por ejemplo, cualquiera puede
redimirse al confesar públicamente los pecados en los que cree haber incurrido
al practicar el amor alterno. Entre las feministas, algunas autoras como Garber, han reflexionado sobre la posibilidad de que el
sexo, ya sea sociocultural o biológico, no sea más que una construcción
meramente verbal: lo femenino como invención de lo masculino. Esto no significa
que la mujer siga siendo una víctima del hombre. Además la nueva y tentadora
bisexualidad promete una sexualidad "políti-camente correcta": "...las diferencias, que no
son más que otra forma de represión, acabarán por desaparecer". Y el
sábado por la noche la cita será entre dos miembros "de una categoría
ficticia denominada mujer"; o "un ser humano que casualmente tiene un
pene" se encontrará con otro "ser humano que nació sin pene" en
busca de una relación que no será, con toda seguridad, "heterocéntrica". Finalmente, el aviso oportuno de una
simple heterosexual dirá: "Busco desesperadamente a un ser con cromosomas
XY".
©Der Spiegel. Texto traducido del
alemán por Alejandra Greiner y José Manuel Saavedra y
tomado de la revista electrónica FACTRAL