“No hay nada de que preocuparnos, todo va a estar bien”, dijo mi novio mientras nos despedíamos aquel día en una esquina, habíamos estado juntos toda la tarde y, ahora, mientras me preparaba para dormir, pensaba que no había sido tan romántico como esperaba; más bien fue tan rápido que no me di cuenta de nada. ¡Cómo me hubiera gustado contárselo a alguien!, ¿pero a quién?, mis amigas se iban a burlar, como le pasó a otra amiga. ¿A mi mamá?, ¡ni pensarlo! Sabía que habíamos dejado cosas sin planear, que fuimos irresponsables al no tomar alguna medida de protección, pero no había vuelta atrás, sólo quedaba esperar que todo estuviera bien.

         Pasaron tres meses desde aquel día, mi vida y la de él dieron una vuelta de 360 grados: yo estaba embarazada y muy asustada; él, se sentía culpable y no se explicaba por qué tuvimos tan mala suerte. Estábamos enojados y no hablábamos mucho, sin embargo teníamos que pensar en hacer una vida juntos: él dejó la escuela y entró a trabajar en el taller mecánico de su papá. Yo cada día me siento diferente: engordé y cada vez se nota más, no me gusta como me ven en la calle y prefiero no salir. Ahora debo hacer la comida para mi esposo, lavar la ropa… me molesta tanto, no tengo tiempo para nada más; también tendré que dejar la escuela y no quiero hacerlo, soy la mejor de la clase. Además, vivimos en su casa, su madre me odia, dice que por mi culpa su hijo no ha hecho nada de su vida… mi vida también se quedo ahí, la de los dos.